Guerra: tres poemas de Yuleisy Cruz Lezcano

Ciervo muerto, 1913, Franz Marc

Crónica de un conflicto militar y no solo

¿Hacia dónde irán los muros
de tu patria?
¿Hacia dónde irán las fronteras
que no responden?
¿El cielo libre donde soñabas

el salto evolutivo del hombre?
Dentro la ambición la patria herida
se remueve
y el dolor da codazos,
es una sombra negra del mundo
al miedo abierta.

Te despiertas una mañana y está en vigor la ley marcial. El presidente de tu país hace un llamado a las armas para todos los hombres hábiles; una llamada para prepararse para combatir. Si puedes, preparas las maletas y pones en el coche las cosas más importantes y escapas. En el mundo a tu alrededor hay más sucursales de la Nato que cafeterías, y por si no bastara una pandemia sigue golpeando la población. Te sientes como si estuvieras dentro de un libro mal escrito de historia. No es una pesadilla, no es un sueño. Recuerdas cuando en 1991 mirabas la guerra del Golfo por la televisión, y ahora te das cuenta que llegó tu turno, ahora estás tú en la televisión: la guerra que antes era de otros, ahora es la tuya, estás dentro de la guerra que la mayor parte del mundo mira. Y tienes miedo, miedo que la guerra se vuelva una masacre que se mira en televisión, una matanza que entretiene a otros, no a ti. Te acuerdas de los campamentos yugoslavos que mirabas en televisión y que en un abrir y cerrar de ojos se volvieron campos de concentración, de muerte. Puede ser que otros en distintas partes del mundo te vean morir mientras comen con sus familias, conversando en la mesa. Ahora tú no haces comentarios, rezas y lloras. Lloras sabiendo que no sirve para nada llorar. La guerra es el presente y no es Arnold Schwarzenegger el soldado afuera de tu ventana que se prepara para luchar, puede ser que sea tu vecino, puede ser que sea tu hijo, quizás seas tú.

Con más en las manos,
el mundo alcanza menos.
Pasa, pasa,
olvida el corazón
y los caminos se cierran.
Guerra, absurda guerra,
un pozo para ahogar el mundo,
palabras que no pueden

ejercer su riesgo,
un golpe de explosiones
contra el aire,
otra fecha más
para la angustia.
Hay en el cuerpo de la humanidad
una porción perdida.
Ningún buey tira de la conciencia
para regresar sobre sus pasos
cuando vale poco la vida.
La palabra es una caída
sin otra muerte
que su misma muerte.


Guerra cotidiana

Ya vuelan blancas palomas de viento
por el norte y este, por el sur y oeste,
por el inagotado pensamiento,
evitan corrientes que desatan
ambientes crepusculares
de desoladas pústulas
sobre la herida de la tierra.
Son mártires de plumas,
condenan la guerra.
Esa guerra cotidiana que alimenta
flores de sangre, miseria, hambre.
Guerra que se pudre silenciosa bajo el sol,
con un viejo silencio reventado
de postillas tibias que hablan
de los gritos congregados
en los ojos sin órbita, picoteados
por pájaros marinos
que abrazan el destino
de los emigrantes
que encuentran la muerte.
Mundo inerte, indócil suerte,
extraña muchedumbre
que no se ajunta, que no se mezcla,
que vive en la indiferencia,
hábil en descubrir el punto de castración
de la presencia humana.


Canto de esperanzas

Pueda mi tiempo ser como el desierto
y mis hijos granos de arena, extraviados por el mundo.
Pueda ser el encuentro una reunión alrededor de un pequeño fuego trémulo,
chispa que crece como llamarada fulminante
e inflama el corazón de alegrías contagiosas.
Puedan los litorales extenderse, los faros iluminar las cosas
para conducir la vida al descubierto
En medio del mar abierto, pueda yo ser golpe de remos
que salta la espuma y hiere las olas,
allá donde la esperanza descansa entre fragmentos de huesos.
Pueda ser mi cuerpo el espacio que contiene
la voz de la carne, la sangre de mi gente.
Pueda yo ser, dentro de las sombras, fulgor
que pertenece a la luz y da pertenencia
a la clara virtud del don de estrellas, después del ocaso.
Pueda yo ser una madre prodigio que tiene la cuenta de los hijos caídos en guerra.
Pueda yo exprimir cada ángulo de la tierra
que esconde los huesos de quien no ha tenido una sepultura.
Pueda yo ser era mano que cura
las pupilas heridas sin horizontes.
Pueda yo ser linfa estrechada a la sangre, aroma balsámico
que difunde la piedad de las flores, sobre las tierras sombreadas.
Puedan los brazos de mi alma ser molino
que muele el egoísmo y estilla el mal
para llevar una sonrisa a quién ya no espera.
Pueda yo alejar los ruidos de lucha
y despertar todas las calles que llevan al puerto
donde los brazos estrechan los hermanos al pecho.
Pueda la sociedad tener respeto
por las horas inocentes enterradas de los búhos
que anuncian el crepúsculo del enjambre de moscas
que van y vienen de todos los cadáveres.
Puedan todos los hombres nacer en un día de paz,
pueda el grito de nacimiento contestar las muertes
que pescan en la pesadilla de la guerra, fantasmas.


Yuleisy Cruz Lezcano: Nació en la isla Cuba el 13 marzo del 1973, vive en Marzabotto (Bolonia; Italia). La poetisa emigró en Italia a la edad de 18 años, estudió en la Universidad de Bolonia y consiguió el titulo en “Ciencias enfermerísticas y obstetricia” consiguió, además, un segundo titulo en “Ciencias biológicas”. Trabaja en la salud pública. En su tiempo libre ama dedicarse a la escritura de poemas y relatos.

Contacto: https://www.facebook.com/yuleisy.cruzlezcano

Editorial Written by:

Be First to Comment

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *